El barco, de Sonia Catela



El barco

de Sonia Catela


ISBN: 978-987-38081-9-7
Novela
136 pags








Sonia Catela con su maestría habitual -con una prosa que puntúa de tal modo que los movimientos de los personajes hacen signos en el cuerpo de los lectores- nos entrega un momento de la Historia que, trágica, insiste. Lo que sucede en El barco a fines del siglo 19 es tan actual como singular, único. Sorprendente aquí porque “las mujeres quieren rehacer Proscurov donde sea que caigamos. Con biblioteca, templos, casas de mala fama, habladurías y odios”. Como caracoles, se desplazan. La autora, que nos señala el horror, no deja de mostrarnos cómo aún en situaciones infrahumanas lo humano tiene cierta pretensión y, por ejemplo, alguien que llevó uvas comenzará a pisarlas. Otros acompañarán ese hacer y Eros renacerá aunque se esfume. De cierta manera, se busca “una tierra sin mal”. ¿Podrán estos viajeros-migrantes poner un tope a la repetición queriendo seguir siendo quienes fueron? Una larga marcha en el vapor Wesser primero y por tierra después, transcurre a un ritmo en blanco y negro. En este éxodo no se cruza el desierto, se cruza el mar. Sonia Catela –así como en Malos pensamientos, Dos monos pintados y en sus otros libros-nos lleva con la construcción de El barco de un real a otro. Acaso ¿no somos nosotros el lugar?

Susana Szwarc




Capítulo 1: El Wesser
[fragmentos]

Arrastro un balde maloliente que vaciaré en el mar. Pero un hombre de la tripulación se interpone en el pasillo y me bloquea el paso. 
Su boca escupe sonidos; si los superpusiera a los sonidos con que hablo no coincidiría uno. 
Al retenerme de la muñeca, se me escurre el balde y su inmundicia rebasa y nos ensucia. 
Con espasmos de jolgorio el hombre acerca a mi mentón lo que saca de su morral: un suculento pedazo de carne cocida. 
De marrano. 
Me embadurna livianamente la boca con él. Me frota con el sabor, desconocido. Es un convite. Para animarme, le da un tarascón y hace oscilar la tira asada ante mi hambre. 
Espero frente al tripulante que tapa el corredor y no decide qué hará con mi vacilación; balancea la presa llamando a mis fosas nasales, la apoya sobre mis labios; la refriega. Que me sirva, que mastique, gesticula amable.
Yo no puedo comer esa carne. Mi gente no ingiere esa carne. No debo masticar el animal inmundo.
Él lleva uniforme azul con ribetes. Nos han avisado que debemos obedecer a quienes visten uniformes e insignias. 
Con vocablos incomprensibles, tiernos, me habla. 
No entiendo, digo. 
El hombre tampoco entiende que digo que no entiendo. 
Mordisqueo el bocado; en el pasillo no hay nadie que me vea y me detenga. Desgarro tejidos, trago. 
De lo que acabo de hacer, del fondo del estómago, me suben náuseas. Pero no vomitaré. 
Saboreo lo que acabo de hacer .
(...)

Nosotros oímos las bombas antes de que empezaran a caer. Solamente Tomás no escuchó cómo se desmoronaban –mañana, el mes que viene— sobre casas, puentes, molinos y caminos, sobre almas y carnes. Los que oímos las bombas antes de que empezaran a caer armamos el equipaje: alguna comida, la mayor cantidad de recuerdos y nuestros hijos. 
Me ocupé de no omitir un frasquito con tierra ribereña y una libreta de anotaciones. 
Tonterías, renegó Felipe, tonterías de mujer loca. 
Él embolsó sus libros, la petaca de licor y un paquete lacrado que esconde dentro del sombrero. 
Felipe y yo, y los Zimmermann, Isabelita, sus padres y los otros levantamos la mano para saludar a Tomás en el muelle. En el puerto quedó un traje negro dominguero. A eso se redujo Tomás antes de que pudiera, finalmente, escuchar cómo caían las bombas y se llevaban el pueblo. 
(…)

—No nos encierran en esta bodega —me corrige Felipe—, nos alojan aquí. 
Son las cuatro de la tarde. 
Los Zimmermann cabecean en su jergón. Los Boronovich también. 
(...)

—No puedo ver el árbol donde grabé el nombre de mi querida —y porque el mortero de tantos días y cambios muele nuestras cabezas, a Lucas se le tritura el cómo llamaba a su amor. ¿María? ¿Norma?
Sentado en la escalerilla, el nostalgioso repasa listados.
Tampoco alcanza a representarse su propia mano clavándole letras al árbol.
Escribo una paciente nómina, de Aliusha a Zaira; me ayudan encuestas entre mujeres que roncan cayéndose de las literas, amamantan a niños ávidos o se ajustan el pañuelo en la boca para no tragar el aire de olvido que surca el Wesser y se cuela por los ojos de buey.
Pero Lucas no recupera a su querida leyendo mi lista.
Sentado en el estribo, con una astilla de madera, raspa otros nombres en la mugre del peldaño. Lejanos como la cicatriz en aquel tronco de roble.
Lucas olvida y rebusca.
Pierde a la que empieza en su nombre; éste la comprende, la contiene, cuerpo y amores.

(...)


Sonia Catela es narradora y periodista.
Ha sido Incluida en las antologías: Más allá del umbral. Autoras hispanoamericanas y el oficio de escribir (Ed. Renacimiento, Sevilla, 2006) y El río en catorce cuentos (editorial Ross, 2011).
Como becaria de la provincia de Santa Fe investigó las prohibiciones de textos impuestas en la Argentina durante la dictadura que rigió el país entre 1976-83, material con el que construyó el ensayo Boca cerrada.
En diciembre de 1975 se realizaron en la ciudad donde reside más de cuarenta allanamientos y fue trasladada junto a otras colegas docentes al “Buen pastor” de Santa Fe, donde quedaron detenidas
durante un tiempo solo por su ideología.

Ha recibido numerosos premios y menciones, entre ellos:
Malos pensamientos, (premio Fondo Nacional de las Artes 2010). Ana María Shúa, escribió: “Esta mujer inventó algo. Inventó una nueva y perturbadora manera de contar. (…) Algo en la hechura de estos cuentos los delata como geniales hijos de Catela, y sin embargo, cada uno vuelve a ser inesperado, único. Cuentos breves, extraordinarios, (…) intensos como la vida”
Dos Monos Pintados, (premio Alcides Greca Subsecretaría de Cultura de Santa Fe, 2002)
Oficio de Putas, (mención certamen Secretaría Cultura Nación, 2001)
Estado de seducción, (Premio Clarín de Novela Mención de Honor. Jurado: Roa Bastos, Andrés Rivera y Vlady Konciancich), 1999
Historia privada de Vogelius, (finalista del certamen Planeta, 1994).
La maceta de la planta venenosa, (premio Literario Municipalidad de Rosario, 1997)
Miércoles de tinieblas y naufragios, premio Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe (1991, editada en 1993).
Consejos perversos, premio Ed.EMECE (1992-3)
Concepción todo estupor, (premio Fondo Nacional de las Artes, 1987)

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