Pianistas en estrépito y fuga, de Leticia hernando



 
 


Presentación de Pianistas en estrépito y fuga
por Susana Szwarc



Agradezco a Leticia la posibilidad de presentar este hermosísimo libro.

A medida que lo iba leyendo le decía a Laura: es precioso es precioso y repetía pero no lo decía de modo cerrado, circular, sino que iba diciendo este Precioso (adjetivo, sustantivo) de forma espiralada. En “Pianistas” cada vez el lector da un paso más. O reescribe o busca a las siluetas por toda la casa, por todo el mundo, y hasta afuera del mundo como cuando vemos:
Gritando. Todos son extraterrestres. Están cuadriculados
Quise o sigo queriendo ponerle un título a este texto que se me fue armando al leer Pianistas.
Y me aparecieron varios que surgen del libro, que me a-saltaban /me a-saltan. 
Títulos como: “Equilibristas del silencioso alarido”, o la frase de la cita de María Meleck Vivanco. “Nuestrá médula tiembla”, o “por un kilo de milanesa”. La vuelta a la manzana como dar una vuelta, regresar al mismo lugar que ya no es el mismo lugar. Siluetas desperdigadas.
Des-figuraciones. Des-hilachas. 
Es que este libro encierra y libera multiplicidades. Como diría Alejandra pizarnik en La palabra que sana: CADA PALABRA DICE LO QUE DICE Y ADEMÁS MÁS Y OTRA COSA. Y este poema está EN EL INFIERNO MUSICAL.

 En Pianistas se produce en el libro, en su música, la palabra que sana.
Pero que tal vez primero destruye.
Leer es destruir, dice Edmond Jabés y cada lector hace un nuevo libro.
Tal vez tendría que llamar a este texto que preparo : la palabra que sana.
Dado que se nos muestra lo roto, lo quebrado, lo fisurado y de ahí los hilvanes, los hilos y las agujas para el uso del lector. 

Cada cita con la que se empiezan los capítulos, en que se dan los intervalos, son un don que nos hace Leticia y se vuelven, a la vez, fundamentales, son piezas de esa construcción.  

No dije el título completo del libro: Pianistas en estrépito y fuga.

Al escribir hay siempre una especie de sensación de algo que se nos fuga, tal vez hay una fuga de la totalidad, una condena y una liberación. 

Como lectores lo mismo. Dice en Pianistas: “Si alguien leyera lo que escribe, creería que no ha encontrado nada”, “la voz que se vuelca como una copa”. También: “Se baila en la cuerda del verbo”. 

Creo que hay pocas palabras que contengan el estrépito que encierra la palabra fuga. Y aquí tenemos en el título: estrépito y fuga.
¿Pianistas fugitivos?

En estos días de homenaje a Borges escuché que con el tango Patota sentimental Borges decía que esto era imposible, que era un oxímoron, pero algunos creemos que sí es posible. Y así como por 1900 andaban con un cuchillo en la mano y en la otra el violín, aquí, en “Pianistas”, llega la primera silueta con una ginebra y un libro. (Mano a mano) “En andas la poesía, en andas la furia.”

Leticia Hernando va cómodamente de la cólera de aquel Aquiles, y que hoy es otro u otra Aquiles en “Pianistas”, hasta el tango y pasa por el barroco tan naturalmente porque sabe que solo hay artificios, que la naturaleza está allí. Por ej en el hospital Ramos Mejía donde están los patios con árboles, las luces blancas de los pasillos y la resonancia o tomógrafo que no se podrá usar aunque algún enfermero se solidarice con el coro de borrachos, solo porque está bajo llave.
 
Y con el título del libro de Leticia Hernando reapareció en la memoria la frase de la Ilíada (traducida así) donde dice clamoreo y fuga, en esa epopeya o/ y cantos sobre la cólera y la guerra.

Son ocho siglos a.c., y llegamos a Pianistas donde, a su través, se podría decir que no hay un comienzo y no hay un fin, o todo es comienzo y todo es fin, un romper la idea de tiempo o la creación de otro tiempo, un tiempo musical. Aquí la música está escrita con palabras y no con notas aunque también hay corchetes.

Hay un trabajo con el espacio que hubiese encantado al mismísimo Mallarmé. Los espacios dibujados, trastocados pero sin que salte eso a la vista, sino que haya que mirar o eso nos toca la mirada.

Paréntesis, corchetes, bastardillas suenan, se hacen escuchar, los vemos y oímos. Hay, además, una intensidad de las acciones.

Y tenemos un regalo más. Esas hojas que nos aparecen cada tanto donde las siluetas se mueven, se mueven porque se mueven, no creo que se muevan para nosotros. Están ahí, y creo que es cosa del lector ir con ellas o dejarlas sueltas. Y tal vez hasta puede haber lectores siluetas.

Y se da en las siluetas un estallido de sexos.

Es que se entra al libro, no nos avisa de esto en el título la autora, sino que encontramos la palabra silueta y nos damos con las siluetas en nuestros ojos: “La silueta es oscura como un mimo sin rostro, sin edad, sin sexo”.

La palabra silueta en este país está cargada de un significado.

Recordé ese siluetazo de 1983. Las siluetas –cada vez– de los desaparecidos.

Sin embargo, no son solo estos los desaparecidos de este libro sino del libro que construyo al leer. Las siluetas de la que nos cuentan los pianistas son las de los pianistas. Contornos, borde, figura, frontera.

Dibujamos siluetas, me preguntaba, ¿tienen sombra las siluetas? En algún lugar del libro sabremos que estas siluetas también tienen sombra.

Las siluetas son también un bulto con el que tenemos que cargar.

Muy pronto, en las primeras páginas, encontramos una frase que insiste, o que se hace escuchar para que nos preguntemos: ¿es posible? e ¿importa si es posible?

Se dice: ¿Quién sos el azar?

y no deja de insistirnos, vuelve,

aunque la pregunta podría ser: ¿quién sos? ¿qué sos?

también ¿quién sos vos? o ¿quién te creés que sos?

Pero ¿quién sos el azar? no deja de perturbarnos, hay algo de aleph allí.

Es la pregunta y la respuesta a la vez, es la llegada del mesías que nos va a revivir a todos, pero ¿cuándo, en qué momento de la vida? ¿En qué azar? ¿Estaremos caídos, estaremos en el baile de borrachos, seremos parte del coro? ¿Seremos la niña uno, la dos, la tres? Estaremos rizomándonos? ¿Sabremos la medida de las cosas?

Vuelvo al título “Pianistas en estrépito y fuga”

Pensé también en una fuga de agua, en una fuga de capitales, en una fuga de cerebros.

Y la fuga como repetición en diferentes voces y tonos.

En este libro donde las notas del pentagrama son palabras y son hormigas hay un continuo transmitir acerca de las palabras y la memoria. Claro que si el tiempo es todos los tiempos, la memoria se vuelve amorfa.

Cerca del final si es que lo hubiere, tal vez fuera mejor decir, cerca del final de esta puesta en escena se reproduce la huida, la evasión, el estrépito y la salida.

Y digo puesta en escenas pero qué es “Pianistas en estrépito y fuga” además de una epopeya? Es un libro de música?

Es eso y es también un pentagrama por donde caminan las hormigas.

Es una obra de teatro.

Es un oratorio, una casa de oraciones, de sonido y furia (y se escucha el grito del idiota)

Es, como lo dice también en el título, una fuga donde un sujeto alterna en la con el contrasujeto.

Y es una ópera, esa forma de arte total en el que confluyen la música, el canto, la poesía, las artes plásticas y hasta la danza.

Iba leyendo y me surgía: aquí hay una trampa, como la trampa del deseo, como que se nos muestra que el deseo es un oximorón y donde las palabras provocan su aliteración para aumentar en la tragedia la dicha (y también me he reído, como quien advierte que cae en la trampa y que gracias a eso, y aunque sea el último instante, se le revela algo que, por supuesto, como a cualquier silueta que llevamos adentro, se le fuga, se le escurre como un clamor, un ruego en el momento inoportuno y repetido.

Hay en el hermoso libro “Pianistas en estrépito y fuga” una fragmentación de lo temático y de los sujetos que lo hacen pero también hay una fusión, aunque cada silueta pareciera irse por su lado.

El libro anuncia una vez La Catedral Gótica, una vez dice Maldita Ginebra. Otras palabras insisten. Y personajes que tal vez entran y salen de allí.

Hay en el libro homenajes a queridos poetas, hay una poética.

Y todavía, cuando ya creíamos haber comprendido algo, aparece la palabra Desconfío. Otra vez ese prefijo que puede denotar negación o inversión o exceso y hasta afirmación.

Si bien no podemos escapar de la polifonía al hablar, es muy difícil de lograr en una novela, en un poema, en una obra de teatro. Y aquí se logra y además en la polifonía está la polis ¿será la polis el abasto de Maldita Ginebra y sus múltiples sonidos?

Pero claro, esta es una obra musical.

Diría, para terminar, qué libro tan des-atinado, destinado a leerse una y otra vez. Y alertados (hipnotizados) seguimos los lectores que podríamos salir en persecución (percusión) de algunas palabras nuevas todavía.

Y repreguntarnos: ¿quién sos el azar?

 
Elementos para una estampida

 

Todos mis libros son provisorios. Todos son distintos y tienen algo de: “hasta acá llegué”. Pero este lo es más.

Los pianistas, en cualquiera de sus versiones, está dedicado a ese hogar extraño que fue la Maldita Ginebra.



Los que pasaban no dejaron de pasar...


 

Pianistas en estrépito y fuga

-Versión para leer a viva voz-

 
 

Te agitabas por alcanzar mi botella y gritabas invitándome a pasar:
 —La catedral gótica, niña. La catedral gótica —tomaste la botella y entramos.
(Me senté en el piso entre partituras y el hambre de las hormigas.)
—Bach, niña. ¡Bach! ¡Escuchá!
 Las notas se caían. Un estrépito fue la fuga.
(El pianista anoche murió.)

*

—Salí disparada. El empedrado de la calle. La dura piedra del exilio. El breve zumo de la vida. En vuelo salvaje hasta la luna.

—Armonía hecha añicos. Jauría de notas y cacería.

—Siglos atrás salí disparada. Desparramaba palabras en el camino para perderme en el bosque. Apenas doblada la esquina empecé a arrojar guijarros, miguitas, verbo mordido.

Del encierro al vacío en estrépito y fuga.

—Los modales lejos.

Lejísimos.

—En andas la poesía, en andas la furia.

 
*
 
La secuencia es breve. Rápida. Eso. La visión de algo que pasa. Lo que sucede en el sesgo de la mirada. Mancha confusa y temblar adentro.

¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?

—¿Quién sos el azar?

Un paso tras otro más otro. Y nada más.

Hay ruido pero es silencio.

[La silueta escribe mientras camina, la sombra detrás. Se acuna con las palabras. Se habla como a una criatura: está loca. Es un caracol vacío donde resuena el mundo.]


¿Dónde es aquí? ¿Dónde es ahora?

(Esa música de las palabras como casa)

Ya no sabe que edad tiene. Que puerta golpea. Hizo todas las filas de todos los baños y ahora apila botellas en equilibrio precario.

Ya no sabe si día o si noche. Es una criatura sin nombre. Tiene hambre. Hace frío.

 [Despavorida, la silueta empuja y es un bar. Subsuelo adentro.]

 En el sótano, todo tiene la velocidad irreal de una película muda: el aire está lleno de palabras que pasan. Una maraña de trazos oscuros, el coro de borrachos, sobre el sillón desvencijado.

El poeta invitado llega temprano con su carpetita de poemas bajo el brazo como todos los recién-llegados.

—Vengo a presentar mi libro—anuncia—, me invitaron por mail.

Y ya no se lo escucha más: Vidalita-Blues prueba sonido, los destonos exactos.

 [Alguien vuelca la botella. Trizas. Una burbuja que estalla.]

 —¿Qué pasa? ¿Ni la risa del idiota? ¿Qué primavera es esta?

[La silueta que habla empieza a mover las manos como si le faltara algo]

—¿Qué miran inmóviles? —grita. Las manos, una forma extrañísima que quieren cambiar defunción.

—Mordieron sangre, acuérdense. Fueron crueles. Atraparon moscas. Les arrancaron las alas por convertirlas en hormigas. ¿Se acuerdan?

 


Deletérea, la voz, se vuelca como una copa...
[Una silueta ríe. Otra llora. Todas beben. Son criaturas de la cadencia, obedecen lo que no comprenden. Ecos. Acentos rítmicos. Caen como puños. Cerrados.]

 

Todas las noches son la misma noche. Una y distinta siempre termina con pájaros insomnes y ruido de persianas levantándose e hilillo de vino tinto en las canaletas como sangre derramada y siluetas desperdigadas por la acera que baldean lentos porteros.

 *


De todas las noche elegí para leerles la nº 2 que tiene por nombre:

Merluza Juárez, su mamá y el psiquiatra

 

El recién-llegado entra acompañado por su mamá y su psiquiatra. Es temprano. Es epiléptico. Se hace llamar Merluza Juárez. Tiene cara fiera. Es de la Boca. Escribe cuentos.

Tal vez porque crueles, con filo y aristas, sus cuentos. Tal vez porque llegó tan temprano acompañado por su mamá y su psiquiatra, será el único cuentista autorizado a leer en la casa, en toda su historia.

 

Merluza se sienta y pide una coca para él. Y otra para su mamá. Dice que está de vuelta. Que ya no bebe.

El psiquiatra, no.  Se pide un Whisky.  Y otro. Y otro.


Maldita-Divine y Vidalita-blues abren la noche. Poesía y blues&roll

Merluza lee su cuento:

Un niño con síndrome de down es abusado por el carnicero del barrio que le da un kilo de milanesas a cambio.

 

Promediando la madrugada, Merluza Juárez y su mamá se retiran.

El psiquiatra, no. Toma otro whisky. Y otro. Y otro.

Luego la noche se desmorona. Astillas el cráneo, el alcohol. La sustancia del silencio. El empaste del aire.

El poeta invitado araña tango y no llega. Sucede lo olvidable de la poesía, el bla-bla poético, la más insulsa escritura.

El psiquiatra no entiende. No quiere. Amaga taparse los oídos, rascarse la cabeza. Vuelca el whisky. Loco, está a punto de vociferar.

—El corazón se destroza cuando escucha un mal poema –dice para adentro, temblando.

No queda más que maldecir en el peor de los idiomas. Ebrio se incorpora a medias y se detiene. Los ojos abiertos.

A su alrededor los borrachos se desfiguran profiriendo barbaridades. Se desatan contra lo que les aburre.

—¡Maten al poeta! —grita el coro.

Maldita-Divine se entusiasma y olvida al invitado. Pelea a las siluetas, arenga al coro.

(No recuerdo si esa noche volaron botellas.)

 

Por entre el ruido, una voz femenina. Una voz que casi tiembla pero no.

Impiadosa. Crece hasta morder. Acalla. Los nervios de los borrachos.


Violencia y desgarradura contenida. Miente ternura. Voz que ha perseguido palabras con la paciencia de un sabueso. Y ahora las suelta. Lacera el aire para tocar el cuerpo dócil de los borrachos.

Aquí no hay cobijo –dice. Y dice con dulzura:

En el poema no hay quien se salve.

Todo es silencio. Lo sostienen las manos de los borrachos que tiemblan vidriosos pendientes del hilo de la voz.

La que lleva adentro la voz que muerde, deja el micrófono. Touché. Despacio. Silencio. Se ha escuchado un poema.


Luego, desde el fondo, se levanta, lentamente, un tímido laleo. Incomprensible. Un cántico que debería haber permanecido interno. Es la señal. La inmovilidad se rompe. Los borrachos se abalanzan sobre sus botellas. Sus vasos. La noche se precipita.

Al final de la noche arrastramos al psiquiatra hasta un taxi. Lleva en el pecho un papel escrito con una dirección.

Se ha transformado en una criatura hambrienta de whiskys y poemas. No dejará de volver.

Anoche también murió. De viejo, nada más.

*


Después de todas las nochesvino una noche que duró cinco días, en la que todas las siluetas perdimos nuestra sombra.

(Es que el Ramos tiene largas luces blancas que deja sin sombra a los que pasan.)

Una noche que terminó en Chacarita bajo un sol incomprensible.

(La guitarra en el ataúd y el ataúd en tierra)

Cuando las paladas de tierra empezaron a golpear sobre la madera, cantamos.

 


 

 


 

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